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Muchas personas que recordamos con algún cariño, son completos desconocidos: la señora que nos trataba bien en la cafetería de la esquina cuando trabajamos en algún edificio del centro, o el portero amable que siempre nos recibió con una sonrisa en aquel otro trabajo.
Resultan tan poco conocidos, que nos vamos de los trabajos y nos vamos sin despedirnos. Pero un día nos enteramos que aquel buen amigo ha muerto, y nos ponemos tristes y dudosos como niños que han perdido la flor que creían llevaban segura en el bolsillo, y no se iba a morir nunca.
¿ Y se murió Gisele!
Se murió Gisele
como se mueren las hojas de los campos:
sin obras fúnebres, sin saber si quiera
¡que ya se habían envejecido tanto!
¿Y se murió Gisele!
sin sus zapatos preferidos,
sin llevarse besos de nadie.
Gisele se murió un día quizá,
mientras yo planchaba cualquier gabardina
se fue así: sin necesitarme.
¡Se fue Gisele, como se va el día!
con la naturalidad
de los eventos que nos exilian.
Se fue sin importar el cómo,
ni deletrear el cuándo,
se supo de repente: ¡Gisele,
ya no
existía!
Gisele, ahora sería eterna;
ya no rehuiría de la vida,
ni se parecería nunca más
a un silencio desesperado
que se escurre por un río de melancolía.
Ahora Gisele pasará desapercibida
en sus lugares comunes,
ahora llegará el contento de algún niño,
sin mala intención,
a instalarse, en la misma calle,
donde en una tarde cualquiera,
Gisele moría.
Poemario: Pasatiempos cotidianos, 2019
Elena Tomillo A.