Este breve texto nació en el año 2019, antes de siquiera suponer que habría una pandemia.
En la Tibieza
Tengo tibias las manos de pensar en vos,
encima de este teclado,
tan lejano de todo lo humano.
De repente, paro el tac-tac en las teclas,
suspiro y me reposo en vos que no estás:
no como se reposa en la hierba,
ni en el río,
más bien, como se reposa en el vino,
o en un copón de sangría fresca con vino griego.
Ya lo sé, hay un nido de puertas de par en par,
como un cobijo tibio de futuros
que esperan por mí...
Ya sé que el fuego viene a mares,
y que el fuego se congela tan rápido como
mirar el reloj de mano y decirme:
_ Ya son las 6...
mientras se me ahoga, agolpado un suspiro.
Ya sé que el fuego se congela con solo mirar el reloj de pared,
mientras escucho por los pasillos tu número de vuelo:
ese que te llevará, sin que puedas volver más,
ni siquiera: ¡Así que pasen 5 años!
No habrá Así que pasen 5 años... querido Federico...
En cambio la tibieza no es como ese fuego que enfría de golpe,
la tibieza no llega, ni se contrae, ni se congela:
la tibieza se arma como una Pirámide en Egipto,
o un acueducto Inca: con trabajo diario y continuado.
La tibieza ni lee el reloj,
ni oye cosas en los aeropuertos,
ella parece un tiempo dentro del tiempo mismo:
como un trayecto, donde la muerte del cuerpo
se precipita y las tuercas del tiempo se arruinan,
sin que llegue nunca el final de la tibieza.
Elena Tomillo A.
